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Ricardo Bressani: “Nos falta ser soñadores para alcanzar las metas”

 

 

Uno de los científicos guatemaltecos de mayor renombre mundial es el doctor Ricardo Bressani Castignoli, quien se ha caracterizado por sus aportes a la nutrición. En una entrevista sostenida en su laboratorio, en la Universidad del Valle de Guatemala, sugiere invertir en educación para mejorar el país.

Aunque su producto emblema es la Incaparina, sus estudios se han extendido a otros, como el valor nutritivo del maíz.

Es egresado del Colegio de Infantes e hijo de padres italianos; con su trabajo busca soluciones a problemas nutricionales que afectan a la población, en especial de niños y mujeres. Ha desarrollado harinas de algodón, leguminosas, plátano, cereales y estudios de la nixtamalización en las tortillas.

Desde 1949 me he interesado mucho en los alimentos básicos que la población guatemalteca consume, no solo para intentar mejorarlos, sino para convertirlos en productos comestibles, todo asociado al gran problema que siempre hemos tenido, como la mala nutrición.

¿Qué piensa de que el país sea rico pero que a la vez haya desnutrición?

Guatemala es el país de la eterna primavera y tiene recursos fabulosos, pero no los hemos apreciado. Por ejemplo, el papashte, que es un árbol que crece en la costa y el altiplano, la gente lo come, pero la semilla no se aprovecha. El morro es una planta fabulosa, cuya fruta tiene una masa dulce que se fermenta fácilmente, y la semilla es rica en aceite y proteína; los salvadoreños la emplean para fabricar horchata que envían a EE. UU. No me explico por qué no hemos usado al máximo estos recursos que tenemos en el país.

Cree que no sabemos valorarlos ni explotarlos.

Las dos cosas; aunque si los valoráramos, lo demás sería fácil. A veces me pregunto por qué no los valoramos, quizá es por falta de educación o porque no tenemos conocimientos generalizados de su uso.

Hay algo que nos ha bloqueado, y por eso estamos así, aunque todavía es tiempo de salvarlos, porque hay muchachos que se dedican a la ciencia y tecnología y podrían tomarlos como temas de desarrollo.

¿Quiénes pueden aportar para desarrollar el país?

Todos, por supuesto. Hay mucha materia prima importante, lo que falta es crear oportunidades a las personas para que se expresen, lo cual podría venir con el tiempo.

La mejor inversión que puede hacer Guatemala es empujar y empujar la educación, pero en el sentido completo de la palabra, no solo enseñar a leer y escribir, sino también a interpretar y ser soñador y, mejor aún, asistir a la universidad.

Nos falta ser soñadores.

Nos falta un tanto ser eso, lo cual siento que es muy importante para alcanzar metas, pero creo que las cosas van a ir cambiando poco a poco, porque ahora tenemos instituciones como el Consejo de Ciencia y Tecnología de Alimentos y las universidades que realizan investigaciones.

Sí. En mi caso siempre le decía a mi hijo: Ricardo, acordate de que las cosas siempre se pueden hacer mejor, y uno nunca debe decir me doy por vencido, sino que hay que seguir luchando. Reconocer los esfuerzos que hacen —los hijos— también es importante.

¿Qué es lo que más le gusta del país?

Me gusta recorrer el área rural en auto, sobre todo el altiplano y la Costa Sur. Tenemos un país muy hermoso.

¿Qué es lo más valioso de Guatemala?

La gente, con nuestros defectos; pero podemos cambiar.

¿De qué manera podríamos sentirnos más orgullosos de nuestro país?

Analizando a profundidad el Himno Nacional.

Cuando estuvo en el extranjero, ¿cómo sentía su nacionalidad?

A mí me gusta Italia —sus padres son originarios de ese país— porque mis papás me contaban todo lo que ahí había, pero no me molesta ser guatemalteco; al contrario, creo que es bueno y estoy orgulloso.

Las tortillas con frijoles.

No siempre, pero sí la tomo; es un alimento muy bueno. —sonríe—.

Sabíamos que los niños después de haber recibido la leche materna ya no recibían un alimento igual, entonces surgió la idea de hacer una bebida con productos de origen vegetal. Por eso comenzamos a buscar opciones y desarrollamos un método.

Las proteínas vegetales, a diferencia de las animales, no son completas, y para lograrlo se tienen que unir, entonces desarrollamos un método en el cual el maíz se complementaba con frijol, harina de algodón o con soya, y esa información fue la que comenzamos a utilizar para empezar a desarrollar 17 fórmulas.

Sí, por el costo. Un reactivo o un aparato en EE. UU. cuesta mucho dinero, y cuando uno lo solicita acá solo le dan cierta cantidad que no cubre el costo; por eso estamos siempre atrasados.

Los reactivos que se emplean para hacer análisis, por ejemplo, allá cien gramos cuestan US$20, mientras que aquí valen Q400. El costo de la investigación es muy alto; por eso es que no se avanza.

La mejor inversión que se puede hacer en el país es empujar la educación, pero en el sentido completo de la palabra.

Estudios y algunos de los reconocimientos recibidos:

• Licenciatura en Química, Universidad de Dayton, Ohio (1948). Maestría en la Universidad de Iowa (1951), ambas en EE. UU. Regresó y trabajó en el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (Incap). Estudió Bioquímica en la Universidad de Purdue, Indiana, y obtuvo doctorado (1956). Luego volvió al Incap, donde trabajó como jefe de la División de Ciencias Agrícolas y de Alimentos hasta 1993.

• Premios: Babcock Hart Award, del Institute of Food Technologists (1970), y McCollum Award de la American Society of Clinical Nutrition (1971).

• Otros: Premio Mundial de la Ciencia Albert Einstein del Centro Cultural Mundial (1984); Premio Abraham Horwitz, otorgado por la Pan American Health Organization de Suiza (1996). Premio México en Ciencia y Tecnología (2001), Premio Internacional Danone para la Nutrición (2003) y la Orden del Quetzal en el Grado de Gran Cruz (1999).

“No me explico por qué no hemos explotado al máximo los recursos que tenemos en Guatemala”.

 

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